Siempre se ha contado en la vida cotidiana de los habitantes de Zacatlán sobre la existencia de un gran dragón bajo los cimientos de nuestro convento colonial, edificio con el cual arranca la historia de nuestro lar serrano.
Cuando se estaba construyendo el edificio que hemos mencionado, por allá de 1562, unos indígenas informaron a los frailes sobre la existencia de un gran animal que antes de la llegada de los españoles había puesto en continuo jaque a los nativos de los contornos. Habían intentado cazarlo varias veces, pero nunca lo lograron.
Tanto fue así, que les infundió un gran respeto y era considerado como un animal sagrado.
Los frailes, aunque un poco escépticos, se dispusieron a atrapar a la bestia, conllevados por el entusiasmo de los nativos zacatecos, a lo que se dispusieron prontamente.
Y dicho y hecho, habiéndose logrado atrapar con vida al enorme animal, los frailes se quedaron pasmados, maravillados ante la increíble y fantástica que les resultaba aquella extraña criatura, creyendo entonces que era obra del diablo.
Cuenta la conseja popular, que se dispuso en algún lugar de la iglesia del convento un sitio acondicionado especialmente, y que en un principio fuera una atracción para propios y extraños que venían atraídos por la noticia de su captura.
Los años fueron pasando y alrededor de la gran bestia se fue tejiendo una de las más singulares leyendas que subsiste hasta nuestros días.
Cuando se hubo atrapado al enorme saurio y llevado a los supuestos sótanos de la iglesia del convento, se hicieron cargo de éste los frailes, que en un principio se habían rehusado a cuidarlo. En un inicio permitían ver al dragón, con cuya denominación ya era conocido por todos, pero al ir pasando el tiempo, ya no permitieron ver más a la bestia, pues argumentaban que era producto de las maquinaciones del demonio para desviar a los nativos de su naciente creencia religiosa, añadían que quien lo llegara a ver condenaría su alma al fuego eterno de los abismos infernales.
Nos cuenta la leyenda que había determinados momentos en que los encargados de la custodia del dragón desaparecían bajo las galerías o sótano que supuestamente existen bajo el piso de la iglesia del convento, y no se sabía nada de ellos hasta pasados algunos días en que volvían a aparecer, dedicándose por completo a sus actividades cotidianas.
Estas extrañas desapariciones de los frailes se hicieron sospechosas a los ojos del pueblo, algunos las asociaban con extraños ritos dedicados al diablo, otros que para purgar quién sabe qué negros pecados, mas otros le daban poca o ninguna importancia al misterio de los frailes.
Un día, cuando hubieron bajado a las galerías como era su costumbre, sucedió que hubo un temblor que solo afectó paradójicamente a la iglesia. Los frailes aparecieron más pronto que de costumbre y con los semblantes descompuestos. Al preguntárseles el porqué de su espanto, la contestación que recibieron de aquellos no fue menos que terrible. Pues parece, y así se cuenta hasta nuestros días por la conseja popular, que en la época de la construcción del edificio, cuando se hubo atrapado al dragón, se le tuvo que buscar un espacio, y que fue precisamente bajo los cimientos del mismo, siendo entonces imposible sacarlo posteriormente, por lo que se optó, para que no muriera, alimentario lo mejor que se pudiera, porque si el animal fallecía, el hedor sería tan insoportable que el lugar sería considerado como maldito.
Ahora, en su prisión, el terrible dragón se había removido acuciado por la fatal hambre que lo corroía. Ellos sabían que el motivo por el cual desaparecían bajo el piso de la iglesia era para alimentarlo, y así, calmada su hambre, con su furor no hiciera derrumbar el edificio. Pero aquel día en el que habían bajado, el animal estaba furioso y trató de atacar a los guardianes, pero estos escaparon milagrosamente de sus garras, pensando que con su terrible fuerza haría caer totalmente el edifico, sepultando a todos los que ahí se encontrasen, y sin siquiera poder rezar por la salvación de sus almas, condenadas tal vez, al crepitante fuego de los infiernos.
Se cuenta que desde aquel día se redoblaron los diezmos a la población zacateca, que consistían principalmente en aves de corral y toda una serie de animales domésticos y silvestres, y todo esto iba a parar a la bocaza del dragón. Fue así como se volvió a someter al enorme animal antediluviano, que por alguna casualidad había prolongado su existencia hasta la era cristiana. Al contener al monstruo en su hambre insaciable, jamás intentaría escapar de la prisión en la que se encontraba.
Y se dice, con temor supersticioso entre la gente de nuestro pueblo, que el día en que se dejase de alimentar al monstruo, ¡la iglesia desaparecería! y de entre sus ruinas emergería terrible y amenazador ¡el dragón del convento!
Y por supuesto, hubo personas que no creyeron en el supuesto dragón y su terrible existencia, ya que suponían que era una astuta y bien urdida mentira planeada por los frailes para tener atemorizados a los indígenas de la región y que aún se mantenían fieles a sus antiguas creencias, para obtener de ellos su conversión al cristianismo, y los alimentos necesarios para su propia subsistencia, ya que algunos aún eran hostiles a los hispanos, manteniendo en continuo jaque a estos, y su único refugio era el convento, pero con esta burda mentira, tenían de ellos lo que querían.
Los franciscanos se mantuvieron en pie por mucho tiempo con lo que los indígenas les entregaban ingenuamente.
Fue así como tuvo vida el dragón o viborón, como algunas personas le llamaron al supuesto extraño y terrible animal antediluviano.
Hasta hace poco y que algunos recordarán aún, que siendo cura de este lugar el señor Aurelio Toriz Mendoza, existía atrás del altar mayor de la iglesia del Convento un pasaje secreto que, según se dice, se comunicaba con la iglesia parroquial.
Probablemente este pasaje que pasaba por debajo del piso de la iglesia y que era solo conocido por los curas, fue ocupado en épocas aciagas de nuestra historia local para protegerse y huir de los constantes ataques de grupos subversivos que tenían en jaque a la población como lo fuera durante la Independencia, la Guerra de Tres Años y la Revolución Mexicana.
Se cuenta también que, en este pasaje, que desembocaba en un gran espacio libre bajo la iglesia y que era donde estaba el dragón, teniendo bajo su cuidado un fabuloso tesoro acumulado por los conquistadores españoles que se dejaron venir en avalancha por toda esta vasta región norte, cayendo como aves de rapiña, siendo alimentado con todo lo que requisaban a los indígenas que poblaban este lugar de la sierra poblana.
Este pasaje, que iniciaba detrás del altar mayor, fue tapiado durante el tiempo que tuvo a su cargo esta parroquia el presbítero Roberto Espinosa.
Pero la leyenda del dragón, cierta o no, acecha aún en la mente popular, pues el día en que se deje de alimentarlo, las paredes de este hermoso edificio colonial, orgullo de nuestra historia zacateca, ¡dejarán de existir!
Leyenda popular