Es un edificio de mediados del siglo XVII que ostenta orgulloso su fachada de cantera gris. En su interior neoclásico puede verse a Cristo presidiendo un altar blanco laminado en oro, y a sus costados se hallan, por supuesto, San Pedro y San Pablo. Antes de abandonar la iglesia hay que detenerse en la Capilla de Guadalupe y admirar los cuadros virreinales con leyendas en náhuatl, así como el asombroso techo de madera de cedro.